Era una fría noche de invierno. Estaba en mi habitación, acurrucada en mi cama dispuesta a dormirme, cuando de repente ocurrió algo extraordinario: ¡Mi armario se había congelado!
- ¡Mamá, mamá!¡Tengo miedo! -grité asustada. Pero mi madre no pudo oirme-.
Por la tarde, tras haber asistido a la fiesta de cumpleaños de mi amiga Mónica, me había quedado afónica. Así que las únicas palabras que salían de mi boca lo hacían "medio mareadas".
Entonces, armándome de valor, me levanté de la cama y yo misma fui hacia mi armario para ver que sucedía. Pero cuando intenté acercarme a él...
- ¿Qué haces?, ¡no me toques Inma! - dijo Castaño muy enfadado-
¡Increíble! No sólo un armario de madera se estaba comunicando conmigo, sino que aún encima, sabía cómo me llamaba.
- … si continúas acercándote y me tocas, penetrarás en mi mundo interior y ¡no podrás salir JAMÁS de él!
Aquella palabra: JAMÁS, me puso los pelos de punta y me hizo pensar en que tal vez la hora de abandonar definitivamente la casa de mis padres había llegado.
- ¡Quee, queeeee!, ¿Qué miras? -refunfuñó el armario- ¡Vuelve a la cama ahora mismo y no te acerques! Esto que ves -y se señaló a sí mismo con el dedo- es tan sólo consecuencia de un... pequeñ… ejemm… ¡pequeño resfriado!
Un dibujo mío de pequeña ;) |
Con la cabeza agachada, como una niña obediente, di media vuelta en dirección a mi cama, pero de pronto, sin darle tiempo a reaccionar, me giré, pegué un salto hacia atrás muy grande y ¡le toqué!
Y así fue como entré en su mundo interior. Un mundo de ensueño, un paraíso, en el que vivían miles de armarios de diferentes formas y colores.
Vivían en paz, alegres, saltando de un lado a otro. Haciendo cosas muy raras y variopintas: salto de muebles, balanceo en hamaca, natación boca arriba en el río, lanzamiento de pintura... Y todos los armarios sonreían, sin percatarse del paso del tiempo o de mi presencia. A excepción de uno:
- ¡Hola niña! ¿Qué haces tú aquí? -me preguntó Pino, un armario clarito que pasaba por allí- Eres humana, ¿no es cierto? Nosotros no somos iguales que tú. ¡Lo mejor que podrías hacer es volver a tu casa!
- Peeero… -contesté triste- ¡Me acaba de decir el armario por el que entré a vuestro mundo, que si penetraba en su interior no podría salir de él JAMÁS -en esta última palabra incidí mucho-
- Mmmm--- - pensó Pino- ¡Así que has hablado con Castaño! Pues que sepas que eso que te ha contado NO es del todo cierto. Y es que si deseas regresar a tu casa con muchísimas ganas, de corazón, podrás salir de aquí seguro -le confesó-
Aquel secreto me dejó pasmada. La mente se me puso en blanco. ¿Decía Pino la verdad? Y si pudiese volver a casa...¿debía regresar? Al fin y al cabo un mundo cómo aquel no era el más indicado para una niña de ocho años cómo yo ¿Y si me acababa congelando como le había ocurrido a Castaño? ¡Que miedo!
Pino siguió explicándome:
- La única forma de regresar a tu cama es deseándolo con todas tus fuerzas. De esa manera el hielo que cruzaste se romperá de nuevo y podrás volver con tu mamá. ¡Y de todos modos, si mas adelante te animas y quieres volver tal vez puedas venir a visitarnos. ¡Un nuevo "resfriado" de Castaño podría abrirte de nuevo las puertas de nuestro mundo! ¿Qué te parece? -y me guiñó un ojo-
Así que con la mayor fuerza que pude reunir, pensé en mi madre y en volver a mi cama calentita. Con ese recién estrenado edredón tan bonito que mamá me había comprado el fin de semana en la tienda de la señora Elvira. Y de repente, sin más, salí de allí, del paraíso de los armarios y me vi de nuevo en mi habitación, acurrucada en mi cama, sobre la almohada.
Sólo un ratito después me quedé dormida. Mañana sería otro día.
Desde su esquina, Castaño, completamente recuperado de "su resfriado", sonrió.
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