Leandro era un hombre
tranquilo. Le gustaba salir a la terraza que daba al hermoso jardín delantero
en las noches de verano para ver las estrellas y escuchar el canto de los
grillos. En ocasiones ponía banda sonora a aquel paraje de belleza inquietante con
un solo de piano que podría aplacar a la bestia más fiera. Lo tocaba como
nadie.
Pero aquella noche había
algo raro en el ambiente. La extraña desaparición de su carpeta verde con todas
sus partituras hacía unos días y la muerte de Virtudes, habían hecho mella en
él, en su carácter.
Era luna llena y se avecinaba tormenta.
Después
de cenar subió, como de costumbre, a la habitación junto a sus compañeros. La enfermera de guardia
lo hizo después.
Tras ayudarles a
acostarse y suministrarles la medicación, Dori bajó a la sala de descanso. Tomó
un vaso de leche con un par de galletas y al poco tiempo se quedó dormida. Conciliaba
el sueño con mucha facilidad.
Una hora más tarde,
Leandro llamó a la puerta de Fausto.
-
- ¡Ahora o nunca! –le dijo-
- Avisaré a los demás –contestó este excitado-
- ¡De acuerdo! Mientras tanto “pondré orden abajo” –concluyó-
Agazapado entre las
sombras y los recovecos de aquellos pasillos, Leandro se coló en enfermería y
descargó sobre la cabeza de la auxiliar el feo jarrón rococó del
aparador de la entrada.
- K.O. ¡1-0! –exclamó esbozando una amplia sonrisa-.
A continuación salió
corriendo al pie de la escalera lateral. Por ella comenzaba a bajar su familia,
aquella que habían formado entre todos.
…
Llevaban casi una
hora caminando por un bosque que parecía no tener fin. La luz de la luna se
colaba entre las ramas de los eucaliptos que bailaban suavemente mecidos por la
brisa nocturna. Leandro, que iba delante, guiaba al grupo con una seguridad pasmosa y
eso que no se veía bien. De repente, en medio del silencio, se escuchó un fuerte
crujido y a continuación una caída. Uno de ellos desapareció y antes de que
nadie pudiese reaccionar el filo plateado de un enorme cuchillo emergió de
entre las sombras rebanando las cabezas y los sueños de aquellos inocentes. De todos, menos de
uno…
Trágico final para unos pobres locos a los que habían atado y amordazado durante años en sus
habitaciones, a los que habían dado palizas, intoxicado, aplicado descargas
eléctricas e incluso arrancado extremidades sin que nadie hiciese nada, sin que
a nadie le importase. Ni siquiera a sus propias familias… Locos que en aquel
tiempo ya no sabían distinguir entre lo que era realidad o mera fantasía.
A la mañana siguiente
un retén de policía con perros adiestrados y algunos vecinos encabezados por
Dori, se topaban de frente con el desgraciado escenario.
Desde aquel entonces
muchas voces dicen haber escuchado gritos procedentes de aquel paraje,
precisamente en noches de verano de luna llena.
…
Aunque uno de ellos, sólo
uno, logró huir. ¿Quién? La respuesta: Leandro. La caída dentro de un
pozo seco fue su salvación, sin embargo, la imagen de sus compañeros muertos
nunca le dejó vivir. Así como una pregunta que repetía una y otra vez
en su cabeza. ¿Quién habría sido capaz de hacer algo así?
Autora: Genma Pardo
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