El café de color negro lo estaba pasando muy mal porque sus compañeros blancos lo insultaban y se metían constantemente con él por su color. Hasta que un día todo cambió…
Una tarde, un grupo de
personas, llegó por sorpresa a la casa en la que vivían. Visita durante la
cual, Carla y Carlos –los propietarios- organizaron de manera improvisada una
merienda que incluyó refrescos y algo para picar.
Desde el aparador de la
cocina, los cafés, observaban con
curiosidad como transcurría el encuentro, agudizando especialmente los sentidos
en torno a todo lo que tuviese que ver con ellos.
Tras los saludos iniciales y
el intercambio de algunos pareceres, llegó la hora de sentarse tranquilamente a
tomar un café. Carla y Carlos se metieron en la cocina para prepararlo todo,
mientras sus amigos esperaban en el salón. Momento en el que los cafés pudieron ver con sus propios ojos
como lo que iban a servir y que se correspondía con la palabra “café” era en
realidad del color de su compañero: negro.
- ¡Cariño! –exclamó Carla desde la despensa
mientras buscaba una escoba- ¡Acuérdate de ponerle el café a Malena en taza
grande!
-
¡Y con un chorrito de leche, Carlos! –añadió ella desde un rincón-
-
¡Marchando! –asintió Carlos sonriendo-
¿Y ahora qué? ¡Esto es imposible!
¡El mundo al revés!, murmuraban todos en el aparador. Pero, sí todos los cafés
son negros, entonces ¿Qué somos los blancos?
-
¡Lo veis! –dijo “Negro” con rabia y muy
enfadado- ¡Decíais que yo era diferente! ¡El rarito! ¡Pues no!... Todos los
cafés del mundo somos así.
- Pero, si tú eres café –exclamó en voz alta
uno de sus compañeros blancos- ¿quiénes somos nosotros? ¿Qué hacemos aquí?
-
¡No tengo ni idea! -le respondió “Negro”- Pero propongo que
sigamos atentos a la reunión para ver si logramos descubrirlo.
Entonces, negros y blancos,
continuaron investigando desde el aparador.
En la sala, Mónica, una de
las invitadas, cogió una pequeña jarra que estaba sobre la mesa y vertió el
contenido en su taza. Un líquido con unas características muy parecidas a las
suyas. Todos la miraban fijamente, sin pestañear. Nadie le quitaba ojo.
-
¿Está caliente? – preguntó Carla -.
Y cuando Mónica estaba a
punto de responderle, la alacena se cerró de golpe por culpa de una corriente
de aire. Los cafés, boquiabiertos, se
quedaron sin respiración. Ya nunca sabrían la verdad.
-
¡Si, si!, no te preocupes –contestó-. Está
perfecta.
- Perdona Carlos, ¿no tendrás otro, verdad?
–interrumpió Fernando, marido de Malena, señalando hacia un brick vacío- ¡Este ya se ha terminado y a mí, al contrario que Mónica, me gusta fría!
- Si, si Fernando, ¡cómo no!, ¡espera un
segundo!- Carlos se levantó del sofá
para ir a la cocina- ¡Leche, leche...! –canturreaba mientras abría de nuevo el
armario para buscar en su interior. ¿Dónde estás? –insistía en voz baja intentando
localizar un cartón sin abrir- ¡Ya te tengo!...
Mientras Carlos regresaba a
la sala con el brick en la mano, en la alacena…
- ¡Compañeros!
-anunciaba, dándole un tono de solemnidad uno de los blancos- Tras años
de dudas e incertidumbre al fin ¡sabemos lo que somos!
En ese momento “Negro”, pidió
un momento de silencio.
-
¡Por vosotras compañeras! ¡Por un nuevo
comienzo en paz y armonía!
- Sí –asintieron- Por un mundo respetuoso y en
igualdad donde los colores sean sólo eso, colores, y no impliquen diferencias.
- Lo sentimos mucho “Negro” –se disculpó una de las leches en nombre de todas las demás- Además de que tú tenías la razón, eres un amigo
genial y nunca te hemos valorado lo suficiente.
El aplauso para “Negro” fue unánime
- Por el grupo, ¡siempre unidos! –añadió este, para
finalizar- Diferentes pero complementarios.
Y si no, que se lo pregunten a las vacas…
MORALEJA: “A veces las cosas no son lo que parecen”.
Todos somos diferentes, todos somos iguales
Autora: Genma Pardo.